La Cuaresma Tiempo de Conversión





Comentaré acerca de un tiempo litúrgico que está cercana: es la celebración de la Cuaresma.
La Cuaresma invita a los hombres a la conversión y la Iglesia la remarca para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo de arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo; es decir, ser otro Cristo “Hombre Nuevo”.
La Cuaresma tiene una duración de 40 días; comenzará el miércoles 25 de febrero llamada “Miércoles de Ceniza” y terminará el Domingo de Ramos, día que se inicia la Semana Santa. Los 40 días de la cuaresma se basa en el símbolo del número 40 en la Biblia. El número 4 simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades, por ejemplo tenemos: 40 días del diluvio, los 40 años de la marcha del pueblo judío por el desierto, los 40 días de Moisés y de Elías en la montaña, los 40 días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, etc.
Según la historia la práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión.
El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa penitencia, reflexión, conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual.
Les envió el Salmo 51 (texto bíblico) que es la oración más usada por los cristianos para pedir perdón a Dios por nuestros pecados.
Este salmo sobresale entre todos los salmos penitenciales, pues expresa, mejor que ningún otro, la preocupación y los deseos de un pecador arrepentido.





Salmo 51
Ten misericordia de mí, oh Dios, conforme a tu bondad; por tu inmensa compasión borra mis delitos, limpia mis pecados.
Lávame más y más de mi maldad, porque reconozco mis culpas y mi pecado está siempre delante de mí.
Contra ti, contra ti solo pequé y he hecho lo malo delante de tus ojos.
Por tanto, eres reconocido justo en tu sentencia, y tenido por puro en tu juicio.
He aquí, he sido malo desde mi nacimiento, pecador desde el vientre de mi madre; porque amas la verdad más que la astucia o el saber oculto; por tanto, enséñame sabiduría.
Límpiame de mi pecado, y seré puro; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír canciones de gozo y alegría, y se regocijará el cuerpo que has abatido.
Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis maldades.
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu firme dentro de mí. No me eches de tu presencia, y no quites de mí tu Santo Espíritu.
Dame otra vez el gozo de tu salvación; y que tu noble Espíritu me sustente.
Enseñaré a los rebeldes tus caminos, y los pecadores se convertirán a ti.
Líbrame de la muerte, oh Dios, y cantará mi lengua tu justicia, oh Dios mi Salvador.
Soberano mío, abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza; porque no quieres tú sacrificio, que yo daría; no te complaces en holocaustos.
El sacrificio que más te agrada es el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.
Haz bien con tu benevolencia a Sión; reconstruye los muros de Jerusalén.
Entonces aceptarás los sacrificios requeridos, holocausto y oblación; entonces ofrecerán becerros sobre tu altar.

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